Seis microrrelatos extraños
1
Estaba cansada, salió de su trabajo hacía más de una hora y entró en aquel bar. Era la primera vez que estaba allí, nunca antes había reparado en su cartel luminoso, sólo aquella noche fría y triste, con sabor ahora a vodka barato y banda sonora de underground decadente, aún así estuvo cómoda.
Con la cabeza sobre el vaso, escuchaba el ruido a su alrededor, una puerta que se abría y cerraba con un leve susurro metálico, pasos que se acercaban y se detenían tras ella, algunas risas y el chasquido de algo que se rompía. Empezó a pensar sin saber por qué, que no debía moverse ni siquiera intentarlo, entonces su respiración se fue ralentizando consiguiendo controlar el parpadeo. Detrás el chasquido, se iba agudizando en sus oídos. La sensación extraña de que ojos sin pupilas se detenían en su nuca, y la idea cada vez más apremiante de correr hacia la puerta que había dejado de abrirse.
2
No lo entiendo, qué me sucede. Empecé a escribir esta historia hace tres días y no puedo continuar. He perdido la concentración, nada más que pensar en ti, eso hago. Te veo acercarte con esa sonrisa que me promete delirios inconfesables, y estoy empezando a odiarte, desde la certeza de esta vida llena de fracasos.
Son las nueve de la mañana, cojo el autobús siete, busco un asiento junto a la ventanilla del lado derecho y me siento. Espero. Las calles se despiertan ruidosas, me enseñan sus luces tenues, sus sombras humanas camino de obligaciones tediosas y opacas, y entonces apareces tú. Radiante, diciéndome que te abrace fuerte, con enormes letras doradas que aumentan mi frustración, colores brillantes, insinuantes, que aventuran ensoñaciones exclusivas, para que sólo pueda mirarte a ti y rendirme. Pero todos te miran, y yo no lo soporto. He empezado a odiarte sin remedio, cada minuto más. Soy consciente, no podré terminar esta historia llena de nada.
3
Estoy despierta. Silencio. ¿Qué hora será? Todo el mundo debe dormir aún, no escucho ni un solo ruido proveniente del piso de al lado, ni un solo ruido que venga de la calle. ¿Cuánto he dormido? Recuerdo, me acosté después de leer un rato, dejé el libro sobre la mesita… Dónde…
He movido mi brazo pero no lo siento, mis manos no agarran las sabanas, quiero destaparme, quiero levantarme, pero no noto mi cuerpo, sólo una brisa en mi rostro, porque estoy despierta lo sé, y el pelo me cae sobre la cara y me molesta. Qué pasa, estoy despierta sé que lo estoy pero, ¿dónde está mi cuerpo?, no lo noto. Gritaré, no,
¡ no!, ¡no sale nada de mi boca!, pero yo estoy hablando en voz alta, me escucho soy yo la que habla pero mi boca no se abre. Tengo frío, todo está tan oscuro. Sólo quiero que alguien encienda la luz… pero… si yo estoy sola aquí.
4
Este camino siempre está cubierto de hojas secas. Todos los años, el mismo día lo recorro pensando en cualquier cosa, menos en ella. Vengo para que me dejen en paz, mis hijos, siempre con lo mismo. ¿Has ido a ver a mamá?. ¿Cuándo irás a ver a mamá?
Aquí estoy, caminando por este camino lúgubre. Estoy harto.
Y con este ramo de flores, ni siquiera sé cómo se llaman, qué estupidez. Lo dejaré allí y me iré rápidamente. Veo ya la reja, con esos ángeles de forja que tanto le gustaban, pues mira, ahora los tienes aquí sólo para ti…
No hay nadie, claro quién iba a haber, algún idiota más como yo, pero ¡si no puede estar mejor en ningún sitio más que en éste! Aquí está. Hola cari… Qué es esto, quién ha movido la losa, ¡maldita sea!, y ahora me mancharé de tierra empujando. ¡Maldita sea!
- Hola cariño, no sufras, no te mancharás nunca más.
5
La niña pasaba las horas sentada en el suelo, las piernas cruzadas, la cabeza inclinada hacia abajo y balanceándose de atrás hacia delante. Cuando sus amigos la visitaban, enseguida sentían la necesidad de marcharse, tomaban algo, hablaban de quedar otro día y se iban, mirando de reojo a la niña, lo normal es que no volvieran. La madre quería a su hija primero con pena, luego con ansiedad, ahora la rabia no la dejaba respirar, estaban pasando sus mejores años y así no podía vivir. Esta idea la atormentaba, empezó a creer que lo mejor para las dos sería que una desapareciera. Una mañana, preparó su leche como siempre lo había hecho, sólo que esta vez añadió unas gotas de arsénico y se sentó a esperar. Al poco rato la oyó gemir, estaba de píe tras ella y la miraba desde un vacío implacable, sintió el latigazo en su garganta, supo entonces que la niña había pensado lo mismo.
6
La tormenta se alejaba, quedaba sobre la tierra el olor penetrante de su fuerza, la vida que en estrechos surcos cruzaba toda la superficie del jardín lleno de madreselvas y camelias deshojadas, el cuadro melancólico de aquella primavera triste, vacía sin su presencia. Ayer sonreía intentando convencerle de su amor sin límites, ahora su belleza inmaculada era una mueca de sorpresa. Ella no creyó que se diera cuenta, pero hacía tiempo que sabía de sus mentiras, sólo tuvo que esperar el momento adecuado para tenerla frente a frente y apretar sus dedos sobre su cuello. El ruido de los truenos apagaron su voz aterrorizada, que intentaba emerger sobre todo lo demás, ahora que la tormenta moría se había dado cuenta de sus ojos de enamorada, brillantes, cristalizados minutos después. La rabia le hizo tambalearse, su amor nunca fue suyo, y esa conciencia era su herida. Ella era una flor más, allí a sus píes, con el rostro de tierra húmeda.
Estaba cansada, salió de su trabajo hacía más de una hora y entró en aquel bar. Era la primera vez que estaba allí, nunca antes había reparado en su cartel luminoso, sólo aquella noche fría y triste, con sabor ahora a vodka barato y banda sonora de underground decadente, aún así estuvo cómoda.
Con la cabeza sobre el vaso, escuchaba el ruido a su alrededor, una puerta que se abría y cerraba con un leve susurro metálico, pasos que se acercaban y se detenían tras ella, algunas risas y el chasquido de algo que se rompía. Empezó a pensar sin saber por qué, que no debía moverse ni siquiera intentarlo, entonces su respiración se fue ralentizando consiguiendo controlar el parpadeo. Detrás el chasquido, se iba agudizando en sus oídos. La sensación extraña de que ojos sin pupilas se detenían en su nuca, y la idea cada vez más apremiante de correr hacia la puerta que había dejado de abrirse.
2
No lo entiendo, qué me sucede. Empecé a escribir esta historia hace tres días y no puedo continuar. He perdido la concentración, nada más que pensar en ti, eso hago. Te veo acercarte con esa sonrisa que me promete delirios inconfesables, y estoy empezando a odiarte, desde la certeza de esta vida llena de fracasos.
Son las nueve de la mañana, cojo el autobús siete, busco un asiento junto a la ventanilla del lado derecho y me siento. Espero. Las calles se despiertan ruidosas, me enseñan sus luces tenues, sus sombras humanas camino de obligaciones tediosas y opacas, y entonces apareces tú. Radiante, diciéndome que te abrace fuerte, con enormes letras doradas que aumentan mi frustración, colores brillantes, insinuantes, que aventuran ensoñaciones exclusivas, para que sólo pueda mirarte a ti y rendirme. Pero todos te miran, y yo no lo soporto. He empezado a odiarte sin remedio, cada minuto más. Soy consciente, no podré terminar esta historia llena de nada.
3
Estoy despierta. Silencio. ¿Qué hora será? Todo el mundo debe dormir aún, no escucho ni un solo ruido proveniente del piso de al lado, ni un solo ruido que venga de la calle. ¿Cuánto he dormido? Recuerdo, me acosté después de leer un rato, dejé el libro sobre la mesita… Dónde…
He movido mi brazo pero no lo siento, mis manos no agarran las sabanas, quiero destaparme, quiero levantarme, pero no noto mi cuerpo, sólo una brisa en mi rostro, porque estoy despierta lo sé, y el pelo me cae sobre la cara y me molesta. Qué pasa, estoy despierta sé que lo estoy pero, ¿dónde está mi cuerpo?, no lo noto. Gritaré, no,
¡ no!, ¡no sale nada de mi boca!, pero yo estoy hablando en voz alta, me escucho soy yo la que habla pero mi boca no se abre. Tengo frío, todo está tan oscuro. Sólo quiero que alguien encienda la luz… pero… si yo estoy sola aquí.
4
Este camino siempre está cubierto de hojas secas. Todos los años, el mismo día lo recorro pensando en cualquier cosa, menos en ella. Vengo para que me dejen en paz, mis hijos, siempre con lo mismo. ¿Has ido a ver a mamá?. ¿Cuándo irás a ver a mamá?
Aquí estoy, caminando por este camino lúgubre. Estoy harto.
Y con este ramo de flores, ni siquiera sé cómo se llaman, qué estupidez. Lo dejaré allí y me iré rápidamente. Veo ya la reja, con esos ángeles de forja que tanto le gustaban, pues mira, ahora los tienes aquí sólo para ti…
No hay nadie, claro quién iba a haber, algún idiota más como yo, pero ¡si no puede estar mejor en ningún sitio más que en éste! Aquí está. Hola cari… Qué es esto, quién ha movido la losa, ¡maldita sea!, y ahora me mancharé de tierra empujando. ¡Maldita sea!
- Hola cariño, no sufras, no te mancharás nunca más.
5
La niña pasaba las horas sentada en el suelo, las piernas cruzadas, la cabeza inclinada hacia abajo y balanceándose de atrás hacia delante. Cuando sus amigos la visitaban, enseguida sentían la necesidad de marcharse, tomaban algo, hablaban de quedar otro día y se iban, mirando de reojo a la niña, lo normal es que no volvieran. La madre quería a su hija primero con pena, luego con ansiedad, ahora la rabia no la dejaba respirar, estaban pasando sus mejores años y así no podía vivir. Esta idea la atormentaba, empezó a creer que lo mejor para las dos sería que una desapareciera. Una mañana, preparó su leche como siempre lo había hecho, sólo que esta vez añadió unas gotas de arsénico y se sentó a esperar. Al poco rato la oyó gemir, estaba de píe tras ella y la miraba desde un vacío implacable, sintió el latigazo en su garganta, supo entonces que la niña había pensado lo mismo.
6
La tormenta se alejaba, quedaba sobre la tierra el olor penetrante de su fuerza, la vida que en estrechos surcos cruzaba toda la superficie del jardín lleno de madreselvas y camelias deshojadas, el cuadro melancólico de aquella primavera triste, vacía sin su presencia. Ayer sonreía intentando convencerle de su amor sin límites, ahora su belleza inmaculada era una mueca de sorpresa. Ella no creyó que se diera cuenta, pero hacía tiempo que sabía de sus mentiras, sólo tuvo que esperar el momento adecuado para tenerla frente a frente y apretar sus dedos sobre su cuello. El ruido de los truenos apagaron su voz aterrorizada, que intentaba emerger sobre todo lo demás, ahora que la tormenta moría se había dado cuenta de sus ojos de enamorada, brillantes, cristalizados minutos después. La rabia le hizo tambalearse, su amor nunca fue suyo, y esa conciencia era su herida. Ella era una flor más, allí a sus píes, con el rostro de tierra húmeda.
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Un abrazo.