El árbol al que le creció una farola entre las ramas


(Original árbolfarola/10 lápiz sobre papel)


Un frondoso bosque lejos de cualquier asentamiento humano, lejos de los ruidos, de los desordenes de lo cotidiano, de ese galimatías que es la vida en las acrópolis modernas, llenas de cruces y calles cortadas, llenas de señales que te señalan por donde debes andar. Y en el bosque, un árbol soñador, que mira hacia el cielo estrellado y que se estrella continuamente con su soledad, porque él se siente solo y diferente entre tanta espesura y tanto conformista hermano vegetal. Empezó a pensar un día, en lo agradable que sería tener luz propia e iluminarse en las noches, para verse y que le vieran mucho mejor los otros habitantes del bosque, porque él podía pensar y soñar y por supuesto no se conformaba como sus congéneres con la iluminación natural del sol y la luna. Sus pensamientos viajaban más allá de sus raíces a las que menospreciaba, ignorante de que en ellas se guardaba la vida más importante, y era capaz de imaginarse en otros lugares siempre libre y admirado, intuyendo que había algún otro mundo más allá de lo que él veía desde su altura. Qué duda cabía que no había nadie como él. Y soñando, soñando empezó a notar como su corteza se resquebrajaba y una estrecha hendidura se iba convirtiendo en una gran grieta, que le producía terribles dolores. Poco a poco observó como en ella crecía algo duro y negro,  algo que iba rápidamente sobresaliendo de su vientre; se asustó ya que desconocía aquel material tan diferente a la madera. Con el tiempo el dolor desapareció y el se acostumbró a aquella nueva protuberancia, que se alargaba ya más que sus bellas y verdes ramas. Una mañana se despertó sobresaltado, al final de aquella rama extraña, le pareció ver un nuevo artilugio, desde luego muy diferente a un nido. ¿Qué podría ser aquello?
Aquel día no pudo concentrarse más que en la metamorfosis que estaba sufriendo, dejó de lado los sueños y ensimismado, se olvidó de comer y de beber, y decenas de hojas cayeron muertas sobre la tierra a sus pies. Ya de noche y angustiado, más solo que nunca, intentando dormirse al vaivén de la brisa y arrullado por los sonidos de la oscuridad que orquesta las horas nocturnas, creyó ver una pequeña luz al final de aquella línea sin nombre. La luz fue aumentando su intensidad y en un momento iluminó al árbol y a todo su entorno. ¡Cómo podía ser! Tenía luz, desconocida luz amarilla, pero a fin de cuentas luz. Esa noche se mantuvo despierto y todas las noches que la siguieron, como en una especie de vigilia eterna, y como la luz nunca desaparecía, nunca más se durmió, dejó de viajar en sus pensamientos, dejó de sentirse único y especial, y a la par fue secándose, las hojas, las ramas primero, su tronco después y por último, las raíces centenarias que habían perdido la fuerza para seguir alimentando tanta estructura ajena.




Comentarios

Lola Fontecha ha dicho que…
Al igual que algunas personas que nos rodean que tienen luz propia en si mismos. Me ha gustado mucho mamen.
Mamen ha dicho que…
Gracias a ti Lola, siempre tan acertada.

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