Los dos Camilos de Jorge Trejo Rayón, México

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LOS DOS CAMILOS

–Ave maría purísima
–Sin pecado concebida
El sacerdote pregunta al confesado cuáles son sus pecados. El confesado calla, el padre intuye que no le es fácil confesarse. El sacerdote espera pacientemente a que el hombre le conteste, este se levanta, y se escuchan sus pasos en las baldosas de la iglesia, el sacerdote sale del confesionario y mira alejarse al que parece ser un hombre joven, casi un niño.
No es la primera vez que al sacerdote le suceden estas visitas, han sido ya dos o tres veces más y siempre con la misma persona. El muchacho calla, no se confiesa, únicamente se acerca al confesionario y contesta el consabido sin pecado concebida. El todavía joven sacerdote, piensa que la próxima vez cambiará de táctica para poder dar confianza al confesado.

–Ave maría purísima
–Sin pecado concebida
–Cómo te llamas
–¿Importa mi nombre?
–Claro que no, sólo quería conversar un poco contigo…
–¿Para qué?, no creo que le importe saber quién soy, ni que hago en la vida…
–Me importa toda la gente que viene a confesarse, me importan mis feligreses…
–Yo no le importo a nadie, a nadie… ni siquiera sé para que carajos vine a este mundo…
Una vez más el joven se levanta y se aleja, el padre lo ve salir y vuelve a sentirse inquieto con la visita de esta persona, aunque considera que ya avanzó un poco, al menos lo hizo decir más de dos palabras.

–Ave maría purísima
–Sin pecado concebida
–Me llamo Camilo y tengo catorce años.
Se llama igual que yo y es casi un niño –piensa el cura.
–Camilo, hace ya varios días que no te apareces por aquí.
–La vida no es fácil padre, hay que salir a buscar el pan de todos los días…
–¿Qué es lo que haces para ganarte ese pan?
–Se hace lo que se puede, hasta robar…
–¿Has robado muchas veces?
El joven calla y con su silencio asiente, el sacerdote busca otra pregunta que hacerle al joven, pero no encuentra una que le suene lógica o sencilla.
–¿Quién te enseñó a venir a la iglesia?
–Mi hermana mayor, ella me ayudó a hacer mi primera comunión
–¿Vives con ella?
–No. Ella se fue de la casa
–¿Vives solo?
–Duermo solo, si es lo que quiere usted saber. Ahora es el joven el que nota la turbación del sacerdote y promete venir otro día a conversar con él, se levanta y se aleja, esta vez sus pasos se escuchan más pausados, el padre Camilo no sale del confesionario, no se atreve a hacerlo.

–Ave maría purísima
–Sin pecado concebida…
–Padre, soy Camilo, no había podido venir, hace muchos días que he estado fuera de la ciudad, fui a la capital, a realizar un trabajito… no padre, no fui a robar, estuve de viaje acompañando a una persona.
–¿A una mujer? ¿A un hombre?
–Da lo mismo…
Cuando el padre se da cuenta de lo imprudente de su pregunta, queda turbado, la verdad es que el joven Camilo logra inquietarlo más de la cuenta, quizá por ello, lo imprudente de algunas de sus preguntas. Esta vez piensa con más calma su siguiente pregunta.
–Dime Camilo, ¿Eres feliz? ¿Te hace falta algo? ¿Necesitas alguna ayuda?
–¿Cómo qué padre? ¿Comida? ¿Un lecho donde dormir? ¿Acaso podría usted darme esa clase de ayuda?
–Comida sí, aunque no sería muy abundante, compartiría contigo mis magros alimentos, en cuanto a un lecho en donde dormir, la verdad es que la parroquia es chica y solo disponemos de dos pequeños cuartos, uno en donde apenas si cabe mi cama y otro en donde duerme el sacristán, un cuartito aún más pequeño que el mío, pero podría buscarte un lugar en donde puedas dormir, buscarlo entre algunas de las piadosas familias de este barrio.
–Que fácil resulta eso para usted, pareciera que no conoce a la gente, a usted no le negarían nada porque lo conocen, pero a un desconocido como yo, que no saben quién soy ni de dónde vengo, le pondrían una cruz enfrente antes de admitirme en sus casas. No padre, usted no puede ayudarme…
–¿Por qué no vienes a jugar en los patios de la parroquia?, hemos formado dos equipos de fútbol y uno de básquet, te vendría bien un poco de ejercicio.
–¿Para que termine más hambriento y con más ánimo para caer en los vicios como sucede con algunos de sus muchachos?
–Es el caso de unos cuantos nada más…
–Si usted lo dice padre…
–Entonces, quizá esta vez si tengas algo que confesarme…
–Sí, hay algo en mí que no me deja ser feliz, pero no va a ser este día cuando se lo diga, ya será en otra ocasión.
Vuelve a hacerse un silencio entre los dos hombres y esta vez el joven Camilo se aleja del lugar sin hacer ruido, se aleja casi como un fantasma, como una aparición.
El padre Camilo queda solo, sumido en sus pensamientos, se da cuenta de que el joven lo visita cuando no hay otra persona más en el confesionario o en espera de ser confesada, aunque en realidad es poca la gente que acude a la parroquia en busca de confesión. El sacerdote reflexiona también que Camilo, para ser un joven desorientado o con necesidad de ayuda, es un joven que se expresa con cierta propiedad, que no lo hace como la mayoría de los jóvenes que están en situación parecida. Aunque no conoce su rostro, pues nunca lo ha visto de frente, piensa que debe ser un joven agraciado o que cuando menos no tendrá un defecto físico que lo haga repulsivo a los demás. Ya lo invitará a la sacristía la próxima vez que lo visite y le ofrecerá un refresco o un café para conocerlo más y saber bien quién es la persona con la que habla en el confesionario.

Pasan los días y el padre Camilo no ha recibido la visita del joven que se llama como él. Además no ha tenido mucho tiempo para pensar en su ausencia, las fiestas del santo patrono del barrio tienen absorbido su tiempo, hay muchas cosas que hacer para la colaboración que año con año hace su parroquia para que el barrio celebre su fiesta, casi ha logrado no pensar en Camilo, sólo lo recuerda cuando sabe de algunos jóvenes que has sido detenidos por robo o por peleas entre pandillas de diferentes barrios, pero entre ellos no cree reconocer al “joven desorientado” (así le llama él).
Después de las fiestas, el sacerdote, en su confesionario, sabe que en cualquier momento se hará presente Camilo, así sucede…

–Ave maría purísima
–Sin pecado concebida…
–Padre, aquí estoy nuevamente, ¿No ha pensado usted en mí?, ¿No me ha echado de menos?
–Claro que sí Camilo, ¿Qué ha sido de tu vida? ¿Estás bien? ¿Qué te ha hecho falta o qué te hace falta?
–Muchas cosas padre…todos necesitamos muchas cosas, y no me refiero a las cosas materiales, esas van y vienen, esas cosas pasan… me refiero al afecto, a la comprensión de los demás, a no ser utilizado por ellos, al lugar que para todos debemos de tener unos y otros, el lugar que para Dios si tenemos…
–¿Es eso lo que te orilla a delinquir? ¿Has tratado de encontrar la respuesta por medios que no sean contra las leyes?
–Muchas veces, pero sólo encontré malos tratos, desprecios y humillaciones, desde muy niño sólo conocí el lado oscuro de la vida, todo esto me llevó a matar a mi padre, tenía yo que hacerlo, eran muchos los golpes que les daba a mi madre, a mi hermana, a mis hermanitos y a mi, decía que iba a matarme pues no era yo más que un vago, bueno para nada. De haber tenido un padre como el mío, creo que hubiera usted hecho lo mismo que yo.
El sacerdote queda anonadado ante esta confesión. Ahí está, con toda su crudeza. ¿Hubiera hecho él lo mismo?, ¿habría matado a su padre? o al menos ¿hubiera cruzado por su mente el matar a su padre? deja de reflexionar y molesto, vuelve al diálogo con Camilo.
–Y así de fácil me lo dices, no sientes acaso remordimientos por lo que hiciste, ¿sabe alguien más tu delito?
– Ahora lo sabe usted padre, ¿me condena?
–No, no lo haré, pero debes entregarte a las autoridades y pagar tu culpa…
En la pequeña parroquia resuena la sonora carcajada de Camilo. Al padre se le pone “la piel chinita” y por un momento reniega de haber conocido a este joven.
–Vamos padre, no creo que se haya creído lo de la muerte de ese desgraciado
–¡No te expreses de esta manera, respeta el lugar en que estamos!
–Tiene razón padre, pero ese hombre no merece otro calificativo, es poco en comparación a lo que pienso de él.
–¿Tanto rencor le tienes?
–Por el murió mi madre, a mis hermanos los explota, por él mi hermana huyó de la casa, pues la manoseaba cuanto quería…a él le debo lo que soy, en lo que me he convertido y no puedo quitarme de la cabeza el matarlo algún día.
–¿Acaso no hay otro camino para que dejes de pensar de ese modo?
–Si lo hay padre, es por eso que estoy aquí con usted, necesito que me aconseje, no es tan fácil lo que pienso hacer.
–¿De qué se trata Camilo?
–Padre, hay un hombre que me pide me vaya con él a vivir a otra ciudad
–¿Has pensado en la clase de vida que vas a llevar a su lado?
–¿Acaso será peor que la que he conocido?...
El sacerdote se da cuenta de lo razonable de la respuesta de Camilo. Aunque no aprueba su decisión, sólo acierta a decirle que es mejor marcharse con ese hombre antes que matar a su padre. Le da la bendición y le desea que le vaya bien. El joven desaparece en silencio… El sacerdote está casi seguro de que será la última visita que el joven le hace.

Solo, en aquella vacía parroquia, reflexiona que el tema de la paidofilia es un tema resbaladizo y difícil. Está de acuerdo en que el adulto que obliga a un menor a sostener relaciones sexuales, sea por la fuerza o por la amenaza, es un criminal que debe pagar sus culpas ante la ley. Sabe que esto empeora si el adulto posee un aura de guía moral, como es el caso de sacerdotes, maestros y parientes.
Pero Camilo sacerdote sabe que la sexualidad infantil y sobre todo la adolescente, existe. Es un hecho. Luego recuerda no sólo con agradecimiento, sino hasta con ternura y afecto, a aquel entrenador deportivo al que conoció en el Centro Tutelar para Menores Delincuentes, un hombre que lo ayudó a encontrar un hogar, a encontrarle un sentido a la vida y una vez más le da gracias a Dios por haberlo puesto en su camino…

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