Munch y yo
Fotografía de Carmen Uría
Cuando Munch pintaba “El Grito” no podría haber imaginado nunca que su
desesperación interior, el temor al final, la enfermedad, el dolor, la soledad,
el paso del tiempo y sus preguntas, se cotizaran tan alto. No podría imaginar
que tras la ruptura pictórica que significó su estilo y su denuncia de una
época, hoy se esconderían los valores en bolsa del Arte. Cuando Munch pintaba
lo que sentía
-no lo que veía-, el recuerdo de ese instante,
de esa impresión enmarcada en un fondo que no se entiende (qué sólo él entendía),
pintaba de memoria sin añadir nada, sin los detalles que ya no estaban ante él,
quizá no era sino una especie de egoísmo.
Entre los escombros de las obras,
tras mi ventanas, un trozo de vida se resistía a secarse, las calas de los
jardines ahora desarmados y en huesos, aún frescas, arrancadas de cuajo de la
tierra, miraban al sol. La fotografía, el instante, la impresión robada de ese
día me pareció más bella de lo que podría creerse. Y yo que imitando al genio,
torpemente y sin pretensiones, quise enseñar lo que yo veía, no la realidad,
que ya por sí misma siempre está presente, decidí que el recuerdo que se iría
merecía unas palabras enmarcadas en un presente de colores apagados como lo eran entonces, o quizá simplemente era la
necesidad de que alguien me leyera (escuchara) aquí y ahora.
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Un abrazo.