Y por qué no recordarte, por qué no volver al jardín junto a tu pecho hinchado de vida…
Y por qué no recordarte,
por qué no volver al jardín
junto a tu pecho
hinchado de vida…
Si cierro los ojos consigo verte, con la tez iluminada por el sol de la tarde.
El cobrizo reflejo sobre los cabellos despeinados, el surco enrojecido de tu piel bajo el vestido y la sutil embriaguez del sueño. Pausada respiración casi imperceptible y la mirada habitando en algún pensamiento, así ensimismada pareces irreal, el boceto indefinido de trazos cálidos, prolongaciones de un enamoramiento momentáneo con la luz, pero la vida te mece y tu pecho suspira. Te hayas perdida seguramente en las anotaciones que has hecho de tus días, quizá comprendas ahora que no fue tan cierto aquel instante, quizá te convenzas ahora de quién hablo para ti y quién tan sólo robo tu tiempo necesitado. Sí, la tarde es el reposo de tu alma que va haciéndose un hueco de tierra y hojas de otoño, con las manos heladas y los píes descalzos, lugar indoloro donde acudir y resguardarte cuando no sepas cómo seguir caminando. Eres, mírate, sólo la quietud, la lumbre que se apaga despacio, pero volverás a arder y tendrás sobre tu frente de nuevo las palabras que nunca faltaron en tu boca.
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