Puertas


Hay puertas que se abren un día porque es la necesidad de salir, de expandir tus ojos, de buscar y encontrar, o perderse. La importancia de las puertas es mayor de la que podemos pensar. Cuando una puerta se cierra se separa lo adentro de lo de fuera, hay un instante prolongado de desconexión que luego pasa sin suponernos un daño considerable. A veces se cierra por la necesidad de dejar atrás algo, de clausurar un tiempo que ya no avanza, y abrirla en otro nuevo día, siempre que se quiera hacerlo.
Las puertas son lo primero que tocamos de una casa, escuchamos su sonido risueño o de lamento, nos llenan de expectativas. Qué encontraremos tras la puerta, parecemos preguntarnos.
Me gustan las puertas, algunas dicen mucho de sus dueños y sus interiores, de esos de los que no se habla, por ser espacios íntimos y secretos, que a fin de cuentas, no tienen por que enseñarse a nadie.
Sencillas, creyentes, robustas, pretéritas, decoradas, al borde de la quiebra,  todas guardan algo, aunque sólo sea un recuerdo magnificado. Todas se abrieron o se abren aún,  para salir y quizá para no volver a traspasarlas. Todas se cierran, y pueden precipitar el dolor que cambie la vida, o soltar un suspiro melancólico o aliviado. Las puertas de la percepción son infinitas; en cada uno de nosotros confluye una explosión eléctrica que nos inspira una historia mitad real, mitad ficción. Somos un poco como una gran casa a medio amueblar, desordenada, e intocable, a la que alguien llega y llama golpeando con los nudillos la puerta, en una espera de minutos, que se agita como una hoja empujada por el viento dentro del pecho.







Si miras ¡magia! 
Ya estás dentro
aunque estés afuera



Fotografías de la autora del blog
(Puertas de Riolago, Babia, Luna)



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