Relatos sacados de un cajón



Algunos textos se guardan, se dejan en espera y se olvidan, luego un buen día, de repente te acuerdas de ellos y los lees de nuevo, tiene un no sé qué, algo de ti y lo muestras, por qué no. Aquí uno de estos escritos (quizá me decida  por otros también), desempolvado y esperando libertad.


                                                                           .......

Son las tres de la mañana, me he sentado en un banco a ver pasar los coches,
Todos van hacía el puerto, hoy es sábado y allí va todo el mundo que quiere perderse.

Estoy fumando, enciendo un cigarrillo tras otro, no pienso en nada especialmente, ahora mismo todo me da igual. No quiero regresar a casa, no quiero volver a esa habitación vacía. Pasa un grupo de jóvenes, ninguno mayor de veintitrés, se ríen, las chicas gritan tonterías, ellos se ponen pavitos, son una generación feliz, sin problemas.

Yo sonrío, recuerdo aquellos años airados, ahora tengo cuarenta y cinco y un buen empleo, pero entonces me divertía más.

Hace una noche cálida, de esas que no te invitan al sueño, más bien todo lo contrario. Dejo caer el cigarrillo al suelo y lo apagó con la punta del zapato, los coches me señalan con sus luces, me deslumbran, me siento observado y no me gusta demasiado esa sensación, prefiero seguir en mi clandestinidad nocturna. He pensado que será mejor seguir caminando, así que me levantó y echo un vistazo a mí alrededor, hacia dónde ir.

Me quito la cazadora, empieza a molestarme, la meto bajo el brazo izquierdo y enciendo otro cigarrillo. Aspiro fuertemente y me siento mejor. La calle está solitaria, alguna figura sin definir corre a lo lejos, escucho persianas que se bajan de un solo golpe, a mala leche diría yo, parece que no soy el único que no esta de humor a estas horas. Sonrío.

No hay ni un solo bar abierto, cuando los necesitas nunca los hay, pasa a mi lado una señora de edad, vestida  de hippie trasnochada, me mira pero yo la esquivo y cambio de acera.  Un indigente en la esquina, echado sobre unos cartones,  me ve, levanta la voz gastada y alcohólica y me pide un pitillo, yo me detengo, siento por un segundo lástima, pero ese sentimiento es complejo porque también la siento por mi y lo que menos me apetece ahora es ponerme a pensar en ello, así que saco la cajetilla y se la regalo, me dice, gracias colega, enseñándome unos dientes que no lo son.

Ni le miro, casi me da miedo hacerlo, me alejo rápidamente buscando algún sitio donde comprar tabaco, ahora es mi prioridad, la única. Cruzo la calle, y paso por delante de un garito que apenas está mal iluminado, se escucha música, amortiguada por una enorme puerta metálica, la empujo y entro, el estruendo es ensordecedor, me alegro, así no podré pensar, ni siquiera intentarlo.

Estoy en el infierno me dice un rótulo anaranjado y brillante.

Sonrío, no lo dudo, esta noche es el final de esta noche y sinceramente no me preocupa.





Comentarios

Darío ha dicho que…
O como pasar el tiempo, simplemente fumando...
Mamen ha dicho que…
Sí, esa sería una de las acepciones de este breve relato, otra quizá podría ser "demasiado tiempo y solo".El hombre y sus problemas de comunicación.

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